EFE | Cristina Terceiro | Buenos Aires | 4 ene 2016
Más allá de abordajes, protestas y encadenamientos, el activismo medioambiental de Greenpeace propone también “curar el planeta” y “salvar el mundo” con acciones pequeñas del día a día, como por ejemplo desde las cocinas, con una alimentación más sustentable.
Eso es precisamente lo que lleva haciendo desde hace más de 12 años Daniel Bravo, un mexicano de 36 años que forma parte de la tripulación del emblemático buque Esperanza de la organización no gubernamental.
Él es uno de los cocineros de la flota marítima de Greenpeace que, tras participar como voluntario en acciones en la selva de Calakmul (México), decidió abandonar su puesto como chef para importantes personalidades internacionales y cambiar de rumbo para librar su propia batalla medioambiental a través de la gastronomía.
“Me llevó a Greenpeace una necesidad de participar en un movimiento global, en el cual podamos llegar a cambiar el planeta, y en el cual podamos dejarle un planeta mucho mejor a las generaciones futuras”, confesó el cocinero a Efe, durante el reciente paso del buque por aguas argentinas.
Bravo está convencido de que son muchas las cosas que pueden lograrse en materia medioambiental a través de la alimentación, ya que gracias a pequeños gestos “podemos cuidar el planeta y reducir el cambio climático”, así como “generar una mejor estabilidad socioeconómica y garantizar que haya alimentos para el futuro”.
Su misión empieza a la hora de hacer la compra, por lo que en cada uno de los puertos en que recala el Esperanza selecciona cuidadosamente el género de productores locales y cooperativas orgánicas.
Aunque existen numerosas ferias y mercados a través de los que acceder a este tipo de productos, que cada vez generan “más interés” en la sociedad, Bravo asegura que “una buena fórmula” para obtener este tipo de sustentos es “ir a los mercados locales de frutas y verduras que existen en todo el mundo”.
Así, de alguna manera, “estás garantizando que la gran mayoría de los productos que van a consumir van a ser locales”, explicó.
“Lo que es bueno para el medioambiente es bueno para ti”. Esa es la filosofía de este chef cuya “existencia” gira ahora entorno a la idea de “que a través de la alimentación podamos curar al planeta”, asegura.
Con una tripulación de entre 20 y 35 personas de muy diversas culturas y nacionalidades el reto se intensifica.
“La batalla que yo libro cada día es un poco la de abrir y romper estos esquemas culturales de alimentación y tratar que (la tripulación) se expanda más y prueben diferentes ingredientes” más allá de la carne, asevera este activista, pero siempre tratando de que se sientan “como en casa”.
Para Bravo, defensor de las dietas veganas, cuando alguien ya está decidido a consumir carne es vital seleccionar aquellos tipos “más saludables” y que, a su vez, requieren un menor gasto de recursos para el entorno.
Como ejemplo, resalta que “la energía (del planeta) que se necesita para producir un pollo es mucho menor que la que se necesita para producir un kilo de carne de res”.
Entre sus objetivos está también el de “dignificar nuevamente” la profesión del granjero o ganadero.
Para el mexicano, la lucha medioambiental “no es sólo colgarnos de un ancla o subirnos a una plataforma petrolera. Esto lo podemos hacer pero lo más importante son las acciones que realizamos día a día, y creo que podemos empezar con lo que comemos”.
Bravo prepara ahora un libro de recetas “amigable” junto a Greenpeace que lleve directamente a la mesa de las familias una cocina internacional y más sustentable, a través de las historias y personajes que el cocinero conoció en cada uno de sus viajes por todo el mundo.
Como Daniel, los demás cocineros de Greenpeace también se encargan de llevar una gastronomía más sustentable y rica a estos activistas que operan en medio del océano.
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